Benjamín era un vendedor de joyería garífuna que acababa de hacer unas cuantas ventas a una familia hondureña en la playa, y él me llamó para jugar con los niños y de pasada ver su exuberante mercancía, elaborada toda en coco. Yo le dije que en ese momento no tenía nada de dinero, excepto lo justo que necesitaba para pagar el taxi de regreso, por lo que no le podría comprar.
El me enseño a decir algunas frases básicas en garífuna, me compró una cerveza y me dio un anillo espigado fresco de coco que según él, serviría de protección (los garífunas son descendientes de los africanos traídos como mano de obra esclava a las Indias Occidentales, que mezclados entre si y los indígenas resultaron en l que son hoy).
Estos personajes fueron trasplantados por los británicos a las Islas de la Bahía de Honduras, donde crecieron y prosperaron estos indígenas, aunque algunos también emigraron a la costa norte del país. Ellos hablan su propio idioma, tienen su propia religión y su propia danza.
Una vez que estuvimos en la playa, tuve miedo de ir al agua por temor a que me robaran la ropa o algo así, aunque poco a poco, a medida que la playa se iba llenando de gente, empecé a tomar confianza y vi que era seguro entrar a nadar.
El agua era perfecta, clara y caliente, con un telón de fondo cubierto de colinas y una densidad de follaje tremenda. Todos los alrededores de la ciudad son verdes y aparentemente deshabitados.
Vía: travelblog,Foto: flickr